El Espíritu Santo-Leccion 3

El libro de los Hechos relata ocasiones en las cuales sin equivocación personas creyentes, regeneradas, nacidas de nuevo aun no habían recibido el Espíritu Santo.



Entre estas encontramos:
1-   Los mismos discípulos a quienes se les había prometido su venida: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mi. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”.
Hechos 1:4-5.

2-   Los samaritanos creyentes que tuvieron que esperar hasta que Pedro y Juan llegaran para orar por ellos e imponerles las manos a fin de que recibieran el Espíritu: “cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aun no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo (Hechos 19:1b-2, 6.)
Interesantemente en la casa de Cornelio los creyentes recibieron el Espíritu Santo inmediatamente cuando creyeron, cosa que convenció a Pedro de que deberían bautizarlos en agua ya que habían recibido el Espíritu Santo al igual que ellos: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. Mientras aun hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.

Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que ha recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mando bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días”. (Hechos 10:43-48).
Este último ejemplo representa el patrón para los creyentes hoy en día: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. (Romanos 8: 9b).
Con esto concuerda 1Corintios 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. De manera que hay un bautismo del Espíritu Santo otorgado instantáneamente a todo el que cree en Jesús.
En este libro se señalan tres casos en el libro de los hechos en los cuales hubo un intervalo entre creer en Jesús para vida eterna y la recepción del Espíritu Santo. Los Samaritanos (Hechos 8:4-25), los discípulos de Juan (Hechos 19: 1-7) y Saulo de Tarso (Hechos 9:1-19: 22: 1-21).
Dichas cosas a primera vista parecen contradecir las enseñanzas de que el Espíritu Santo se recibe al instante en que uno cree. Pero son caso especiales que Dios diseño con el fin de señalar que ser creyente era para “TODOS”.
1-   En el caso de los samaritanos, eran enemigos de los judíos y era la primera vez que el evangelio se proclamaba fuera de Jerusalén y Dios quería dejar bien en claro que la salvación era aun para estos.
2-   Con este grupo de seguidores de Juan, que habían sido bautizados por este, sucedió que por mucho tiempo no tuvieron guía o dirección alguna y Dios quiso dejar en claro que la salvación era aun para los creyentes tardíos.
3-   Con Saulo, dejo Dios que todos los gentiles están invitados también, aun así como en este caso se tratara de perseguidores de cristianos.
4-   Cornelio por su parte, era un gentil, y su conversión marcó un paso más en la expansión del evangelio. El bautismo del Espíritu que se produjo en él y en su casa, demostró, de manera concluyente, que el amor de Dios también se hacía extensivo a los gentiles.
En este libro se señala el ministerio del Espíritu Santo: “Al momento de la conversión los creyentes son sellados con el Espíritu Santo para el día de la redención”.(p81)
En los tiempos bíblicos se usaba el sello para señalar autoridad, posesión, identificación y seguridad. (ver génesis 41:42; 1Reyes 21:8; Ester 3:10; 8: 2-8; Jeremías 32:10; Daniel 6:16-17; 12:4-9; Juan 6:27; Romanos 4:11; Apocalipsis 5: 1-7; 7: 1-8). El sello se colgaba alrededor del cuello con un cordón u se usaba para imprimir la identificación única de la persona en arcilla y así señalar identificación, autoridad, seguridad y posesión. El Espíritu Santo sella al creyente para indicar que Dios posee al creyente y que este está seguro en Él. Pablo une este concepto con aquel de las arras del Espíritu en 2Corintios 1:21-22:
“Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado arras del Espíritu en nuestros corazones”.

Y en Efesios 1:13-14:
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de nuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”.
Con referencia al Espíritu Santo como las arras afirmamos que “Al confiar en Cristo, Dios nos entrega su Espíritu no solo como un sello, Es también nuestras arras o como traducen algunas versiones, “garantía” o “prenda”. (p.83)
También vimos que en los días de Pablo, los comerciantes consideraban que la prenda significaba tres cosas: era un pago al contado que sellaba una transacción comercial, representaba una obligación a comprar y era una muestra de lo que habría de venir. El Espíritu Santo nos ha sido dado tanto para facilitar nuestra relación actual con Dios y con otros miembros del cuerpo de Cristo como también para garantizar la futura redención de nuestro cuerpo. El hecho de que el Espíritu Santo vive en nosotros desde el instante en que creemos en Jesús sirve de garantía perpetua de lo bueno por venir. Podemos vivir confiados de un futuro seguro y glorioso por medio de esta realidad ya recibida, el Espíritu como arras, dada a conocer sin equivocación en las Sagradas Escrituras.