Vida Interior Parte 4

3)        EL FRUTO DEL ESPÍRITU.
Si la vida fuera siempre placentera, si la gente fuera siempre agradable y cortes, si nunca sufriéramos jaquecas, si no supiéramos lo que es estar bajo los efectos de tremendas tensiones, el fruto del Espíritu Santo puede pasar totalmente inadvertido.
Es en medio de las dificultades y privaciones cuando más especialmente necesitamos el fruto del Espíritu, y es en tales momentos cuando Dios, también especialmente, obra a través de nosotros para alcanzar a otros y llevarlos a los pies de Cristo.
Al exhibir el fruto del Espíritu en nuestras vidas, otros verán en nosotros “la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29) y serán atraídos al Salvador.
No es accidente que las Escrituras nombren a la tercera persona de la Trinidad el Espíritu Santo. Una de las funciones principales del Espíritu Santo es dar la sanidad de Dios a nosotros. El hace esto al desarrollar en nosotros una personalidad parecida a la de Cristo, una personalidad con el fruto del Espíritu Santo en evidencia. El propósito de Dios es que lleguemos a ser “personas maduras, desarrolladas conforme a la estatura completa de Cristo” (Efesios 4:13).

Fruto: Lo que Dios espera de nosotros, de nuestro carácter.
En el capítulo 13 de Mateo, en la parábola del sembrador, se nos enseña que todos hemos de rendir fruto, al obrar e nuestra vida la Palabra de Dios en el poder del Espíritu Santo.
La Biblia habla del fruto del Espíritu y no de “los frutos”. El Espíritu es el origen de y fuente de todo fruto en nuestras vidas.
El hombre está lleno de anhelos y deseos egocéntricos y especulativos totalmente contrapuestos a lo que Dios quiere para nuestras vidas.
Necesitamos al Espíritu Santo para producir piedad o santidad.

Como suelo reconocer muy a menudo, lo mejor que ven os demás en mí, es Cristo. Por nuestros propios meritos es bien difícil, por no decir imposible, dar buen fruto, perdurable y agradable, para lograrlo debemos estar llenos del Espíritu Santo.


Es importante que sucedan dos cosas en nuestra existencia:
1-   La primera, debemos expulsar de nuestra vida el pecado.
2-   La segunda, el Espíritu Santo debe penetrar en nuestras vidas llenando nuestra existencia para producir el fruto del Espíritu.
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros…vestíos…como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”
Colosenses 3:5,12.

Espiritualmente nuestra vida es como una puerta, donde le permitimos a ciertas cosas entrar o no entrar.
En nosotros hay muchas cosas que le desagradan a Dios, debemos dejar salir estas cosas que nos distancian de Él, pero no esta en nosotros el poder de abrir o cerrar esta puerta.
Es solo el Espíritu Santo quien puede hacerlo cuando nos entregamos a Él y le pedimos nos brinde su plenitud. No solo entra o penetra en nuestras vidas sino que nos ayuda a expulsar lo que no sirve.
El Espíritu Santo controla la puerta y al limpiar nuestros corazones de toda maldad, nos impulsa a nuevas actitudes, a nuevas motivaciones, a nuevas emociones y a nuevas dimensiones de amor.
Refuerza nuestra puerta para mantener fuera la maldad, de manera que salen las obras de la carne y entra el fruto del Espíritu.

Como crece el fruto
¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nuestras vidas para producir el fruto del Espíritu?
Dos pasajes de las Sagradas Escrituras son especialmente apropiados para ayudarnos a responder a esta pregunta.
1-   El primero es el Salmo 1 que compara el hombre piadoso con un árbol plantado a orillas de un rio:
“En la ley de Jehová esta su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará”
Salmo 1:2,2.
En este pasaje se percibe claramente que el rendir fruto espiritual se relaciona con el lugar que ocupa en nuestras vidas la palabra de Dios. (Observemos que no dice simplemente que lee, sino que medita). Al leer la Biblia y meditar en sus palabras, el Espíritu Santo, que fue, justamente quien inspiró la Biblia, nos hace tomar conciencia de nuestros pecados que necesitan ser perdonados y nos muestra el nivel que Dios quiere que alcancemos en nuestras vidas. Sin la palabra de Dios no habrá crecimiento espiritual permanente en nuestras vidas, ni brindaremos frutos dignos de nuestra vocación.


2-   El segundo pasaje lo hallamos en Juan 15, en el cual Jesús compara nuestra relación con Él con los pámpanos o sarmientos de una vid:
“Permaneced en mi, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer”.
Juan 15:4,5.
Este pasaje contiene maravillosas verdades, pero hay varios puntos que quisiéramos señalar muy particularmente. Así, tenemos una orden terminante para todo creyente:
“Permaneced en mi”. Estas palabras nos dicen que debemos tener una relación intima y estrecha con Cristo y sin que nada se interponga. Esto nos permite entender la importancia que reviste la oración disciplinada, los estudios bíblicos y la comunión con los demás creyentes.
Además, nos dice que “solamente” podremos rendir frutos espirituales si permanecemos en Cristo:
“Separados de mi nada podéis hacer”. Cabe dentro de lo posible que podamos utilizar los dones del Espíritu aun cuando no estemos en comunión con el Señor. Pero no podemos desplegar el fruto del Espíritu todo el tiempo cuando la comunión con Cristo se ha visto interrumpida por el pecado. Vemos, pues, la importancia capital y crucial de ser llenados con el Espíritu, y lo somos en medida en que permanecemos en Cristo, la vid.
Y el secreto de este permanecer es la obediencia. En la medida en que nosotros, por una vida obediente, permanecemos en Cristo y así Él fluye en nuestro ser, produciendo fruto para la gloria del Padre y alimento y bendición, para los demás.

Sin la vid el pámpano nada puede hacer. Así ocurre con nuestras vidas. En tanto nos esforzamos y trabajamos para producir el fruto del Espíritu por nuestros propios medios, seremos seres infructuosos y frustrados. Pero cuando permanecemos en Cristo, manteniendo con Él una estrecha y obediente relación, en plena dependencia de su voluntad, Dios el Espíritu Santo obra en nuestras vidas, creando en nosotros el fruto del Espíritu.
Esto no quiere decir que instantáneamente adquirimos madurez, rindiendo de inmediato todo el fruto del Espíritu. Todo fruto se tarda un tiempo en crecer y madurez y así no lo demuestra la propia naturaleza. Y a veces es necesario podar el árbol para que produzca en cantidad. De la misma manera ocurre con nosotros.
En otoño las hojas caen y aun las más persistentes caen al inicio de la primavera, cuando la savia comienza a fluir de manera generosa. ¡Qué analogía para el cristiano!
“Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”
2Corintios 5:17.

Además, todos los veranos echamos abajo algunos de los arboles que obstruyen el panorama o atajan la luz del día. Y algunos ejemplares son dañados durante las tormentas de invierno. De la misma manera, tenemos arboles en nuestras vidas a los cuales habría que aplicarles el hacha, arboles que yacen podridos en la tierra o muestran su feo aspecto.
Jesús dijo:
“Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada”.
Mateo 15:13.
El árbol debe ser podado y cuidado para que de mejor fruto y la mejor manera en que los hijos de Dios pueden someterse al proceso de poda es estudiando la Biblia y aplicando sus enseñanzas a toda situación que se presente. De alguna manera Dios se las arregla para corregirnos, para decirnos donde hemos fallado y descarriado, sin desalentarnos ni una sola vez.
En los Hechos de los Apóstoles leemos de Apolos cuyo ahincó, amor y grandes dotes oratorias tocó los corazones de Priscila y Aquila. Sin embargo, carecía de madurez y de la preparación necesaria para guiar a otros a una más profunda vida cristiana. Había progresado poco más allá del bautismo de Juan. Pero esta piadosa pareja, lejos de reírse de su ignorancia o de su censurar su falta de entendimiento de la ortodoxia bíblica, lo llevaron a su hogar y allí con amor le expusieron con exactitud y precisión el camino de Dios (Hechos 18:26).
Después de eso Apolos utilizó sus grandes dones para la gloria de Dios y para ganar almas. Dejó una impresión indeleble en la iglesia primitiva y ayudó a promover el reino de Dios en el primer siglo de nuestra era.

¿Permanecemos en Cristo?
Esta es la principal condición que Dios nos exige antes de poder otorgar en serio el fruto del Espíritu.
¿Existen en nuestra vida, pecados inconfesados que nos impiden caminar en estrecha relación con Cristo?
¿Hay faltas de disciplina?
¿Hay relaciones rotas con otras personas que necesitan ser recompuestas?
Cualquier cosa que sea, pongámosla a los pies de Cristo en confesión y arrepentimiento. Y luego de eso aprendamos cada día lo que significa “Permanecer en mí”

4)        EL FRUTO DEL ESPÍRITU:
           AMOR – GOZO – PAZ.

De todos los pasajes de la Biblia que trazan el carácter de Cristo y el fruto que el Espíritu Santo origina en nuestras vidas, ninguno es más compendioso y desafiante que Gálatas 5:22-23.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”.

En los siguientes tres capítulos examinaremos en detalle el significado de cada una de estas virtudes. Por razones didácticas podemos dividr estas nueve palabras en tres grupos.
El primer grupo lo forman el amor, gozo y la paz; habla especialmente de nuestra relación con Dios.
El segundo grupo paciencia, benignidad, bondad, hacen más a nuestra relación con los demás.
El tercer grupo fe, mansedumbre, templanza, hace hincapié en la relación del hombre consigo mismo, sus actitudes y acciones interiores.
Al mismo tiempo, claro está, estos grupos se relacionan entre si y todos ellos debieran caracterizar nuestras vidas cuando permanecemos en Cristo y permitimos al Espíritu Santo que obre en nosotros.

El fruto del Espíritu: Amor.
No debería haber marca más distintiva de los cristianos que la marca del amor.
“En esto conocerán  todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.
Juan 13:35.

“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos”.
1Juan 3:14.

“No debáis nada a nadie, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”
Romanos 13:8.

No importa de qué manera expresamos nuestro testimonio al Señor Jesucristo, la ausencia de amor anula todo lo demás. El amor supera todo cuanto podamos decir, a todo cuanto podemos poseer, a todo cuanto podamos dar.
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”.
1Corintios 13:1-3.

El más grande capitulo de amor de toda la Biblia es el capítulo 13 de 1Corintios. La descripción que hace del amor debiera estar grabada en letras de oro en el corazón de todo creyente.
Si algún capítulo de la Biblia merece ser memorizado, aparte de Juan 3, es 1Corintios 13.

Cuando meditamos en el sentido y en el significado del amor, comprendemos que es al corazón lo que el verano es al año del agricultor. Produce la cosecha de las más bellas flores del alma. En realidad de verdad, es la más hermosa flor del jardín de la gracia de Dios. Si el amor no caracteriza nuestras vidas, las mismas son vacías. Dijo Pedro:
“Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados”.
1Pedro 4:8.
Cuando se describe el amor que Dios espera de nosotros y el amor que Él tiene por nosotros, se utiliza un vocablo griego: agape.
El amor agape, abunda en el Nuevo Testamento.
Cuando Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”.
Mateo, en su evangelio, usó la palabra agape.
Cuando Jesús dijo que deberíamos amarnos los unos a los otros.
Juan usa la palabra agape; cuando Jesús dijo “Amaras a tu prójimo”.
Marcos usó la palabra agape.
El amor agape en griego se define como “la más elevada y noble forma de amor que en su objeto ve algo infinitamente precioso”.

La más grande demostración de amor agape, por parte de Dios ocurrió en la cruz, adonde envió a su Hijo Jesucristo para que muriese por nuestros pecados.
Y puesto que tenemos que amar a Dios como Él nos ama, los creyentes deberíamos tener un amor agape.
Pero no lo obtenemos naturalmente, ni lo podemos alcanzar por nuestros propios medios, ya que las obras de la carne no lo pueden producir; solamente el Espíritu Santo, por medios sobrenaturales, nos lo puede conceder. Y lo hace cuando nos entregamos a la voluntad de Dios.
Debemos dejar claramente sentado un aspecto que hace el amor agape. Con demasiada frecuencia hoy en dia se le considera al amor solamente como una emoción o un sentimiento. Sin duda hay una dosis de emoción en todo verdadero amor, ya se el amor por los demás o el amor por Dios. Pero el amor es más que una emoción o un sentimiento; el amor supone hacer. El autentico amor es el amor que actúa. Esa es la manera en que Dios nos ama:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”.
Juan 3:16.

“Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”.
1Juan 3:18

El amor, por lo tanto, es un acto de la voluntad; y es por ello que antes de que podamos rendirle el fruto del amor, debemos entregarnos a Cristo.

“El amor es una invariable y constante tendencia de la voluntad en busca del permanente bienestar de los demás”.
Stephen Neil.
Hemos de amar como amó el buen Samaritano (Lucas 10:25-37), que no es nada menos que el amor elevado a su máxima potencia en acción. Es un amor que abarca a todos. a esposas, maridos, hijos, vecinos, aun a gente que jamás vimos y que vive del otro lado del mundo. Incluye a quienes resulta fácil amar y a quienes resulta difícil amar porque son tan distintos. Y alcanza aun a las personas que nos han perjudicado y entristecido.
La orden de amar no es una opción: hemos de amar, nos guste o no nos guste. Hasta podemos afirmar que el amor por los demás es la primera señal de que hemos nacido de nuevo y de que el Espíritu Santo obra en nuestras vidas.
Por sobre todas las cosas e amor debiera ser la marca o señal sobresaliente entre los creyentes de toda congregación local.
Resulta facilísimo decir que amamos a la gente y decirlo con honestidad y sinceridad. Pero con mucha frecuencia ocurre que somos incapaces de detectar un hombre solitario en medio de una muchedumbre, o al hombre o la mujer enfermos o necesitados cuya única esperanza descansa en el amor que podamos darle por medio de Jesucristo. El amor que Dios quiere que sintamos es el amor que alcanza a todas las personas.

Jesús miró a las multitudes y se compadeció de cada uno de sus componentes. Amó como ningún ser humano es capaz de amar. Su amor abarcó al mundo entero, a toda la raza humana, desde el comienzo de los tiempos hasta el final de los mismos. Su amor no conoció ni términos ni límites y nadie fue excluido. Del más bajo pordiosero al más encumbrado monarca, desde el más despiadado pecador hasta el más puro santo, su amor los incluyó a todos en su gran abrazo. Nada que no sea el Espíritu de Dios obrando en nuestras vidas puede producir semejante fruto y se manifestará con toda evidencia tanto en nuestras vidas públicas, como en nuestras vidas privadas.

El Fruto del Espíritu: gozo.
El vocablo griego que traducimos gozo, figura repetidamente en el Nuevo Testamento y describe el gozo que reconoce una fuente Espiritual tal como el “gozo del Espíritu Santo” (1Tesalonicenses 1:6). También el Antiguo Testamento utiliza expresiones tales como el “gozo de Jehová” (Nehemías 8:10) para señalar a Dios como fuente del mismo.


Inmediatamente antes del Calvario Jesús se reunió con sus discípulos en el aposento alto. Les dijo que les había hablado de esa manera “para que mi gozo esté entre vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”
Juan 15:11.

Los primitivos cristianos lograron conquistar el mundo porque tenían el gozo, muy al contrario, el mundo en la actualidad es carente de gozo, lleno de sombras, desilusionado y temeroso. La libertad desaparece rápidamente de la faz de la tierra y con esta pérdida van desapareciendo muchos de los goces y placeres superficiales, pero esto no debería alarmarnos. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que nuestro gozo espiritual no depende de las circunstancias.

En ninguna parte de la Biblia se nos dice que debemos ir detrás de la felicidad. La felicidad es esquiva y no la encontramos buscándola.
La felicidad se tiene cuando las condiciones externas son favorables, pero el gozo va más allá.

El gozo difiere de los placeres. El placer es algo momentáneo, pero el gozo es profundo y permanente pese a las peores circunstancias de la vida.

No solamente contamos con la fuente del gozo que es Cristo, sino que contamos con la certeza de que está a permanente disposición de los cristianos, sean cuales fueren las circunstancias.
El gozo puede estar aun en las circunstancias más adversas. Un profundo gozo ponía el broche de oro en el testimonio de Pablo, al escribir su última carta a Timoteo, ya en la antesala de la muerte. A pesar de los sufrimientos soportados, del horror de la prisión y de las frecuentes amenazas de muerte que pendían sobre su cabeza, el gozo del señor llenaba su corazón.

“Así como toda el agua del mundo no puede apagar el fuego del Espíritu Santo, tampoco pueden todos los problemas y tragedias del mundo aplastar el gozo que el Espíritu Santo brinda al corazón humano”
Charles Allen.
Se ha dicho con justicia que el “gozo es la bandera que ondea en el mástil del palacio cuando el Rey está presente”.


El fruto del Espíritu: paz.
Paz conlleva la idea de unidad, de consumación, de reposo, de tranquilidad y seguridad. En el Antiguo testamento la palabra era shalom.
Dijo Isaías:
“Tu guardaras en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”
Isaías 26:3
Este es el cuadro de cualquier cristiano que mantiene su posición a pie firme, solo, en medio del campo de batalla, equipado por fe con las santas armas que le provee Dios y con pleno dominio de la situación. Semejante hombre no está preocupado por el mañana, pues sabe que tiene en sus manos las llaves del futuro. No tiembla parado sobre la roca, pues sabe quien la hizo. No padece ninguna duda pues conoce al que erradica todas las dudas.

Cuando caemos en la debilidad de preocuparnos, le negamos a nuestro Guía el derecho de guiarnos en paz y en confianza.
Solamente el Espíritu Santo puede darnos paz en medio de las tormentas de la inquietud y la desesperación. No debemos contristar a nuestro Guía entregándonos a la preocupación o rindiéndole indebida atención al yo.
Hay distintas clases de paz, tales como la paz de los sepulcros o la que brindan los tranquilizantes. Pero para los cristianos la paz no es simplemente la ausencia de conflictos o ciertos estados artificiales que el mundo nos pudiera ofrecer. Todo lo contrario, es la paz profunda y perdurable que solo Cristo trae a nuestros corazones. Así lo describe en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da”.

Esta es la paz que solamente puede provenir del Espíritu Santo.
La paz de Dios que puede reinar en nuestros corazones es precedida siempre por la paz con Dios, que debe ser el punto de partida. Cuando esto es así, puede instalarse la paz de Dios. Desde este punto de vista la obra salvadora de Cristo tiene dos etapas:
_ En primer lugar pudo poner fin al conflicto planteado entre hombre pecador y el justo Dios. Dios estaba enojado con el hombre debido a su pecado. Pero Jesús por medio de su sangre derramada en la cruz, estableció la paz. Puso fin a la guerra; vino la paz Dios estaba complacido. La deuda fue cancelada y la contabilidad satisfecha. Con las cuentas saldadas, el hombre adquirió su libertad cuando voluntariamente se arrepintió y se volvió en fe a Cristo para la salvación. Ahora cuenta con el favor de Dios.

Pero Jesucristo no solamente nos liberó de la esclavitud y de la guerra. Posibilitó una nueva etapa: podemos tener la paz de Dios en nuestros corazones aquí y ahora. Para nosotros la paz de Dios no se reduce a un simple armisticio; es una guerra que ha terminado para siempre y ahora los corazones redimidos de anteriores enemigos de la cruz están equipados con una paz que trasciende todo conocimiento humano y se remonta a las más excelsas alturas.

Refiriéndose a la paz de Dios, dijo Spurgeon: “Miré a Cristo, y la paloma de la paz voló a mi corazón; mire a la paloma de la paz, y la paloma alzo vuelo y se fue”. De modo que no debemos mirar al fruto, sino a la fuente de toda paz, porque Cristo, por medio del Espíritu Santo, sabiamente cultiva nuestras vidas para permitirnos lograr la paz.
La mejor terapia siquiátrica conocida en el mundo es apropiarnos de lo que Jesús prometió:
“Os haré descansar”. Es decir, nos dará la paz.
Mateo 11:28.
El rey David fue prueba viviente de la terapia espiritual para las almas que dispensa el Espíritu Santo, cuando dijo:
“Me hará descansar”.
Salmo 23:2
Se trata de un apacible descanso, pero David continuó diciendo:
“Confortará mi alma”.
Ahora se trata de una apacible renovación. Y si bien los hombres persisten en la permanente búsqueda de la paz, no la hallarán en tanto no comprendan que “Cristo es paz”.
No es nuestra paz, sino la paz de Cristo. Y aunque en ocasiones debemos llegar a sentirnos desesperanzados para reconocer nuestros pecados, Cristo es lo que sigue a continuación a nuestro real arrepentimiento. Cristo es paz.

En la carta a los romanos Pablo nos escribe estas maravillosas palabras:
“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Romanos 15:13.
¿Cómo describir mejor el gozo y la paz?
Ciertamente que el fruto de Espíritu es la paz.
¿Lo tenemos en nuestros corazones?

5)        EL FRUTO DEL ESPÍRITU: PACIENCIA, BENIGNIDAD, BONDAD.
El primer grupo del fruto del Espíritu Santo se vincula principalmente con Dios, con resultados exteriores que los demás pueden comprobar fácilmente a simple vista.
Este segundo grupo tiene que ver con la clase de cristianos que somos en nuestra exterioridad. Si somos rebeldes, hirientes y groseros, careceremos d este segundo grupo de frutos del Espíritu. Pero cuando el Espíritu nos controla, nos transforma de tal manera que los brotes de paciencia, benignidad y bondad echan primero flores y luego abundante fruto.

El fruto del Espíritu: paciencia.
La palabra que en el castellano traducimos paciencia, proviene de un vocablo griego que habla de la inmunidad de una persona ante la provocación. Inherente a la palabra va la idea de soportar pacientemente un maltrato sin enojos y sin alimentar propósitos de revanchas o venganzas. Asi, pues, esta parte del fruto del Espíritu tiene que ver con nuestras relaciones con los prójimos. Es la paciencia personificada, la paciencia del amor. Si nos mostramos irritables, vengativos, resentidos y maléficos con nuestros vecinos, no somos pacientes, no mostramos ni rastros de imperturbabilidad. Y cuando existe esa condición, el Espíritu Santo, no controla nuestras vidas.
La paciencia es el resplandor trascendente de un amante y tierno corazón que, en su trato con quienes le rodean, se comporta con ellos en forma bondadosa y cortes. La paciencia juzga las faltas de los demás con bondad, compasivamente, sin injustas o rudas críticas.
La paciencia también incluye la perseverancia, la capacidad de sostener a pie firme bajo la carga del agotamiento, de la tensión y de la persecución, mientras se ocupa el cristiano en la obra del Señor.

La paciencia es parte del autentico cristiano, algo que siempre admiramos en los demás, pero a la cual somos poco dados. Pablo nos enseña que podemos ser:
“fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”.
Colosenses 1:1.

La paciencia en nuestras vidas surge del poder de Dios y se manifiesta según sea nuestra posición de practicarla. Toda vez que nos comportamos con egoísmo, o cuando la ira o la mala voluntad hacen presa de nosotros o nos sobreviene la impaciencia y la frustración, debemos reconocer que somos nosotros, y no Dios, los causantes de nuestros problemas.
Debemos rechazar de plano, renunciar y repudiar la situación inmediatamente. Nos viene, del bagaje de nuestra antigua naturaleza.

La paciencia en la Biblia está estrechamente relacionada con las pruebas, lo cual resulta naturalmente lógico. Podemos ser pacientes en las buenas, ¿pero en las malas?
Es en las malas cuando mas necesitamos de este fruto del Espíritu que es la paciencia. Por eso la Biblia nos dice que las pruebas nos sirven para bien, porque nos fortalecen y por sobre todas las cosas le permiten al Espíritu Santo desarrollar la paciencia.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia”.
Santiago 1:2-3.
Deberíamos aceptar con gusto los problemas o pruebas, porque nos obliga a recurrir a la fuente y así ser más pacientes. Las pruebas diarias nos preparan para las grandes batallas.
La erosión interior del corazón nos deja vulnerables a los astutos y disfrazados ataques de Satanás.
Por eso es tan importante levantar una oración a la primera señal y asi evitar que nuestro corazón se erosione.
La Biblia nos dice que debemos ser:
“sufridos en la tribulación; constantes en la oración”.
Romanos 12:12.
El mejor momento para orar es ese preciso instante en que nos sentimos agredidos. Dios el Espíritu Santo esta siempre a la mano, listo para ayudar en las batallas espirituales que tengamos que afrontar, sean grandes o pequeñas.
Al principio hacer esta oración nos va a requerir un esfuerzo, pero entra mas la practiquemos, pronto será absolutamente involuntaria.
Muchas veces le preguntamos a Dios ¿Por qué?, cuando estamos frente a la aflicción nos resulta imposible verle sentido a las cosas que ocurren y cuestionamos a un Dios fiel y son justo estos malos momentos los que son parte decisiva en nuestras vidas.
Para que el fruto del Espíritu se manifieste en nuestras vidas, Dios permite que enfrentemos el castigo y la disciplina y suframos aflicción y persecución. De no haber sido vendido José como esclavo por sus hermanos que lo odiaban y de no haber sido acusado injustamente por Potifar que lo envió a la cárcel, no habría desarrollado el fruto de la paciencia, que fue la característica más destacada de la vida de José. Y a pesar de su inocencia debió esperar 2 años, para ser liberado.

Cuando esperamos en el Señor, pareciera a veces que Dios tarda mucho en ayudarnos, pero nunca llega demasiado tarde.
Pablo escribió:
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”
2Corintios 4:17.
Jesús dijo a sus discípulos:
“Con vuestra paciencia ganareis vuestras almas”.
Lucas 21:19.
Y es esta paciencia lo que el Espíritu utiliza para Bendecir a los demás.

Pero cuando hablamos de longanimidad o serenidad, tenemos que cuidarnos de una cosa. A veces la usamos como excusa para dejar de actuar cuando somos llamados a hacerlo. Hay ocasiones en las cuales disfrutamos una especie de autoflagelación neurótica porque no queremos enfrentarnos a la verdad y erróneamente llamamos a eso serenidad.
Pero Jesús vigorosamente:
“echo fuera a todos los que vendían y compraban en el templo y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas”
Mateo 21:12.
Además fustigó furiosamente a los escribas y a los fariseos (Mateo 21:13 y sigtes.)

El cristiano lleno del Espíritu Santo sabe muy bien cuando revelar una “justa indignación” y cuando ser paciente; también sabe cuando la longanimidad es una excusa a la inacción o una muleta para esconder un defecto de carácter.

El fruto del Espíritu: Benignidad.
La benignidad o afabilidad, es el segundo del fruto que crece hacia afuera. El término proviene del griego, idioma en el que significa la amabilidad que inunda y penetra la naturaleza entera. La amabilidad lava y quita todo lo que es duro y austero. La afabilidad es el amor sufrido y constante.
Jesús era una persona amable. Cuando Jesús llegó al mundo había escasas instituciones de misericordia. Muy poco hospitales y establecimientos para enfermos mentales, poquísimos albergues para los pobres y huérfanos y casi ningún asilo para los desamparados. En comparación con la época en que nos toca vivir, aquel era un mundo cruel. Cristo cambió todo esto. Doquiera ha ido el autentico cristianismo, sus seguidores han realizado actos de benignidad y amabilidad.

La palabra benignidad se repite poquísimas veces en nuestra Biblia en castellano. Se le menciona en relación con las tres personas de la Trinidad. En el Salmo 18:35 es la benignidad de Dios, en 2Corintios 10:1 (Biblia de Jerusalén) es la benignidad de Cristo y en Gálatas 5:22, la benignidad del Espíritu Santo.

¡Qué fácil resulta ser impacientes y duros con los que han fracasado en la vida!
Cuando apareció el movimiento hippie en los Estados Unidos, las críticas fueron muchas; no nos cabe duda que la respuesta de Cristo hubiera sido cariñosa benignidad. Las únicas personas a quien Jesús trató duramente, fueron los hipócritas dirigentes religiosos.
Muchos pecadores a punto de arrepentirse se han desilusionado por un farisaico frio y rígido cristianismo que se aferra a un código religioso legalista desprovisto de compasión.
En cambio Jesús trató a todo el mundo con ternura, afabilidad y bondad. Hasta los niños captaron la benignidad y se acercaron ansiosos a Él, sin temor alguno.

Pablo le dijo a su joven amigo Timoteo:
“El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos”
2Timoteo 2:24.
Dijo Santiago:
“La sabiduría que es de ki alto es primeramente pura, después pacifica, amable, benigna”.
Santiago 3:17.

Algunos sostienen que la benignidad es señal de debilidad, ¡pero los que eso afirman están totalmente equivocados!
Pareciera que entre más “avanza” la humanidad, la tecnología, se van perdiendo y viendo como obsoletas cosas como ser amable con los demás.
El lugar a donde debemos volver nuestra mirada y atención en busca de guía y dirección para las cosas del Espíritu, es el pulpito y la palabra del ministro de Dios y lo que esta generación necesita imperiosamente es el ministerio de la predicación. Pero por más elocuente que sea el predicador, por más bien preparado que esté, por más dotado que sea, si su ministerio carece de ternura y benignidad, será incapaz de guiar mucha gente a la persona de Jesucristo. El corazón benigno es el corazón partido, el corazón que llora, por el pecado de los malos, tanto por el sacrificio de los buenos.

El fruto del Espíritu Santo: bondad.
El tercer elemento en este terno es la bondad. La palabra bondad proviene de un vocablo griego que traduce la cualidad de una persona regida por lo que es bueno y cuya meta en la vida es el bien, es decir todo lo que representa la más elevada moral y los elevados valores éticos.

Pablo escribió las siguientes palabras:
“Porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad”
Efesios 5:9.

También dijo:
“Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros”.
2Tesalonicenses 1:11-12.

Pablo en palabras de encomio o adulación a la iglesia de Roma, le dice:
“Estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de la bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros”
Romanos 15:14.

La palabra “bueno”, en lenguaje escritural significa literalmente “ser como Dios”, porque solo El es perfectamente bueno. Sin embargo, una cosa es poseer un elevado nivel  ético y otra cosa muy distinta es el Espíritu Santo produzca la bondad que hunde sus raíces en la Deidad.
Aquí el significado va más allá de un simple “hacer el bien”. La bondad cala más hondo. Bondad es amor en acción. Conlleva no solamente la idea de justicia atribuida, sino una justicia demostrada en el diario vivir según los dictados del Espíritu Santo.

Es el bien hacer de un buen corazón, para agradar a Dios, sin esperar medallas no recompensas. Cristo quiere que este tipo de bondad sea el sello definitivo de la vida de todo cristiano. El hombre no hallará jamás un sustituto para la bondad y ningún artista puede imitarlo, ni siquiera con mágicos retoques.

Podemos hacer buenas obras y al practicar los principios de bondad, testificamos a quienes nos rodean que tenemos algo “diferente” en nuestras vidas, tal vez algo que ellos mismos quisieran poseer. Y hasta es posible que podamos mostrar a los demás cómo poner en práctica los principios de bondad en sus propias vidas.

Pero la Biblia dice que:
“la piedad se desvanece”
Oseas 6:4.
La verdadera y autentica bondad es un “fruto del Espíritu Santo” y nuestros intentos de lograrla por nuestros propios medios y esfuerzos terminarás en el más rotundo fracaso.

Debemos cuidarnos de que todo signo de bondad que el mundo vea en nosotros sea un genuino fruto del Espíritu y no un sustituto fraudulento, no vaya a ser que involuntariamente y sin quererlo seamos el medio de que alguno se descarríe.

Sin descuidarnos un minuto debemos tener siempre clara conciencia de que Satanás puede tomar todo esfuerzo humano y torcerlo de tal manera que sirva a sus propósitos. Pero tampoco debemos olvidar que Satanás no puede tocar al espíritu que  está cubierto por la sangre de Cristo y profundamente enraizado en el Espíritu Santo. Solamente el Espíritu  puede producir la bondad que no fluctúa ante ningún embate.

La bondad nunca está sola, al menos en lo que se refiere a los aspectos exteriores del fruto del Espíritu Santo y se acompaña siempre de la paciencia y la benignidad. Las tres marchan tomadas de la mano y se manifestaron hermosamente en la vida de aquel que es perfecto prototipo de lo que cada uno de nosotros debería ser. Por el poder del Espíritu Santo estos rasgos del carácter conforman parte de nuestras vidas para que recordemos a los demás a la persona de Jesús.

6)        EL FRUTO DEL ESPÍRITU: FE, MANSEDUMBRE, TEMPLANZA.
Un vivir auténticamente cristiano tiene un orden de prioridades en nuestras vidas: primero Dios, segundo los demás y tercero nosotros mismos.
Estos frutos tienen que ver con el hombre interior. El Espíritu Santo actúa en nosotros para que obrar por medio de nosotros. “Ser es más importante que hacer”. Cuando en nuestro interior somos lo que debemos ser, produciremos mucho fruto.
Este es el propósito primordial y esencial que tenía en mente el apóstol Pablo cuando escribió:
“Es Dios el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Filipenses 2:13.
También dijo:
“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.
Filipenses 1:6

El fruto del Espíritu: fe.
La referencia a la fe, no es la fe ejercitada por el cristiano, sino más bien la “lealtad o fidelidad”, producida por el Espíritu Santo en la vida de un cristiano entregado a Cristo en alma y cuerpo.

La palabra se repite en Tito 2:10, donde Reina-Valera traduce “fieles”; la versión popular, Dios llega al hombre, “honrados”; y la Biblia de Jerusalén traduce “fidelidad”. Este rasgo del carácter es objeto de notorio encomio en la Biblia.

La fidelidad es las pequeñas cosas es una de las más seguras pruebas del carácter, tal como lo indicó nuestro Señor en la parábola de los talentos:
“Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”
Mateo 25:21.

Cuando hablamos de moralidad no nos referimos a la magnitud sino más bien a la cualidad. Lo correcto es correcto y lo incorrecto es incorrecto, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes.

Pedro señala el contraste existente entre los que caminan fielmente con Dios y los que han caído nuevamente en la contaminación de este mundo. Así escribe:
“Por que mejor le hubiera sido no haber conocido el camino de justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero le ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vomito, y la puerco lavada a revolcarse en el cieno”
2Pedro 2:21-22.

La tercera epístola de Juan contiene solamente quince versículos. Diótrefes y Demetrio son os dos personajes principales. El seguidor fiel, fue Demetrio, de quien se dice que “todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma” (v.12) La carta comenta elogiosamente su personalidad porque en palabra y en verdad, en la práctica y en el precepto, siguió con fidelidad a su Señor. En la hay una conocida expresión denominada “plazo de entrega”, que es lapso que transcurre entre la recepción de la orden o pedido y el día en que se entrega la mercadería. Muchos cristianos lamentaran un día el deliberado retraso o demora entre el momento en que Dios les mostró por primera vez el plan que tenía esbozado para ellos y el momento en que entraron en acción. Los antiguos israelitas pudieron haber completado su travesía de Egipto a Canaán en cuestión de pocos meses. Pero en lugar de ello el viaje les demandó cuarenta años y toda una generación murió en el camino, debido todo ello a su carencia de fe y de confianza.

La falta de fidelidad es clara señal de inmadurez espiritual. Y una de las señales de inmadurez emocional es el rechazo a aceptar responsabilidades propias de este estado. Y lo mismo cabe decir en el aspecto espiritual. Dios nos ha dado, como cristianos maduros, ciertas responsabilidades. Cuando somos desobedientes y rehusamos aceptar estas responsabilidades, somos infieles. Por otro lado, cuando somos fieles, ello significa que hemos aceptado las responsabilidades que
Dios nos ha dado.

Esto es signo de madurez espiritual y es uno de los frutos más importantes que el Espíritu trae a nuestras vidas.
No hay duda alguna de que muchos de nosotros crecemos a un ritmo más lento de lo que deberíamos, simplemente porque no le permitimos al Espíritu Santo controlar todas las áreas de nuestras vidas.

Nuestra fiel obediencia debería ser inmediata, permitiéndole a Dios el Espíritu Santo quitar de nosotros todo mal habito o todo proceso infeccioso en desarrollo. Es posible que nos tornemos impacientes cuando descubrimos que toma tanto tiempo llegar a ser como Dios, pero deberíamos ser pacientes y fieles, porque vale la pena esperar, para llegar a ser como Él.

Sin embargo, aun cuando llegáramos a ser cristianos totalmente maduros, no es de esperar que fuéramos conscientes de tal hecho. ¿Quién de nosotros puede pretender la perfección total en esta vida?
Pero si sabemos que cuando estemos con Dios en la eternidad, seremos glorificados con Él.

El Espíritu Santo comenzará a ejecutar en nuestras vidas las profundas tareas planeadas por Dios, ¡toda vez que estemos dispuestos a decir “si” con toda fidelidad a su voluntad!
Las Sagradas Escrituras están llenas de historias de hombres como Abraham (Hebreos 11:8-10) que fueron fieles en su caminar ante Dios. Todos los creyentes deberían estudiar íntegramente el capitulo once de la carta a los Hebreos pues menciona los nombres de hombres y mujeres a quienes Dios denomina fieles.

Resulta peligroso tentar a Dios como lo hicieron hombres “infieles” en los días de Amós. A ellos declaró Dios:
“He aquí viene días… en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová”
Amos 8:11.



Más bien deberíamos prestar atención y hacer caso al consejo de Santiago:
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”.
Santiago 1:12.
Más adelante dice Santiago:
“Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de obras, éste será bienaventurado en lo que hace”.
Santiago 1:25.

Una y otra vez se nos exhorta a ser “fieles”. Como ya vimos anteriormente, leemos en la Biblia sobre diversos juicios que sobrevendrán al fin de la era. Uno de ellos es denominado “tribunal de Cristo”. Algún día todos los cristianos estaremos en la presencia de Jesucristo para rendir cuentas de las obras que hicimos desde el momento de nuestra conversión. Seremos juzgados, no sobre la base de nuestros éxitos a los ojos del mundo, sino sobre nuestra fidelidad en el sitio que nos asigno Dios.

Eso es lo que indica el apóstol Pablo en 1Corintios 3:9-16: la fidelidad será la base sobre la cual Dios ejercerá su justicia.

A veces la mayor prueba de nuestra fidelidad es cuanto de nuestro tiempo dedicamos a leer las Sagradas Escrituras, orando y viviendo de acuerdo con los principios de la honradez y de la probidad (honestidad), cuando hemos sido bendecidos con prosperidad.

Hoy en día el mundo nos dicta como meta una posición económica y en medio de la riqueza o prosperidad las distracciones crecen y es más difícil darle el lugar correspondiente a Dios.

No por nada dijo Jesús, que es difícil que un rico entre en el reino de Dios. Los ricos pueden ser salvados, pero la Biblia habla del “engaño de las riquezas” (Mateo 13:22).
Las cargas y ansiedades de este mundo muchas veces interfieren con nuestro fiel andar en los caminos de Dios. En medio de la prosperidad material debemos cuidarnos y precavernos no sea que caigamos en la misma trampa en que cayeron los “laodicenses”, que incurrieron en la ira y el disfavor de Dios al pensar que nada necesitaban pues eran materialmente ricos (Apocalipsis 3:17)

“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron en la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.
1Timoteo 6:9-10.

Si pudiéramos grabar un epitafio en la tumba del apóstol Pablo, escribiríamos lo siguiente:
“Fiel hasta la muerte”. Mientras esperaba la ejecución que pondría fin a su vida, Pablo pudo decir sin vacilación:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”
2Timoteo 4:7-9.

Cualesquiera hayan sido los fracasos de Pablo y cuán lejos haya estado de alcanzar la perfección, sabía al menos que fue fiel a su Señor hasta el fin.

Fidelidad, significa fidelidad a nuestro testimonio, fidelidad a nuestra vocación y llamado y fidelidad a los mandamientos de Cristo.. La recompensa final por la fidelidad será la que nos dice Apocalipsis 2:10:
“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.

El fruto del Espíritu: mansedumbre.
La palabra mansedumbre vienen de un vocablo griego que significa “humilde”; “suavidad en el trato con los demás”.
Jesús dijo:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”.
Mateo 5:5.
En ninguna parte de la Biblia el vocablo conlleva la idea de timidez o carencia de espíritu. En los días Bíblicos la mansedumbre significaba más de lo que significa hoy en día.
Significaba ser domados, como se doma a un potro salvaje. Antes de ser dominado por el Espíritu Santo, Pedro fue un personaje tosco, pero   súbitamente usó toda su energía para la gloria de Dios.
Un rio bajo control puede utilizarse para generar energía eléctrica. El fuego controlado sirve para brindar calos a una casa. La mansedumbre es poder, fuerza, espíritu y rudeza bajo control.
En otro sentido, la mansedumbre puede ser comparada con la modestia en cuanto es lo opuesto al espíritu extravagante y desenfrenado.
Manifiesta una seria preocupación por quienes lo rodean y se cuida bien de no se insensible a los derechos de los demás.
La mansedumbre posee una serena fuerza que confunde a los que piensan que es debilidad. Esto lo vemos en la respuesta de Jesús luego de su arresto, a lo largo del juicio al que fue sometido, la tortura y la crucifixión que tuvo que soportar y el dolor físico y emocional infligido por quienes lo arrestaron y los gritos insultantes y vociferantes de los espectadores.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca”
Isaías 53:7.

A la mansedumbre se le define como el amor sometido a la disciplina.
Charles Allen dice:
“Dios nunca espera de nosotros que seamos menos de lo que somos… el autorrebajamiento es un insulto al Dios que nos hizo. La mansedumbre viene de otra manera… El orgullo viene por mirarnos solamente a nosotros mismos, la mansedumbre viene de mirar a Dios”.

Todo crecimiento cristiano, incluso la mansedumbre, se desarrolla en la pesada atmosfera de la hostilidad. Esta clase de estabilidad espiritual y serena fuerza interior, a causa de la obra de crecimiento efectuado en nosotros por el Espíritu Santo, no se logra de ninguna manera en un campo de juegos, sino en el campo de la batalla espiritual.

En otra definición de mansedumbre, David Hubbard dice que la mansedumbre es hacernos a nosotros mismos permanentemente asequibles a quienes cuentan con nosotros; estamos en paz y satisfechos con nuestro poder, de modo que no lo utilizamos con arrogancia, dañando a los demás.

 La mansedumbre y humildad de Dios, en nosotros, permite que el Espíritu Santo obre en nuestros escarchados corazones, transformándolos en instrumento de bien e instrumento para Dios.

El creyente lleno del Espíritu Santo tiene el poder para ministrar aun a los más duros.
¿De qué manera aplicamos nosotros la mansedumbre?
Jesús nos propone su ejemplo, instándonos a que seamos
“mansos y humildes de corazón”.
Mateo 11:29.

PRIMERO no debemos reaccionar violentamente cuando nos enfadamos, como lo hizo Pedro cuando le cortó la oreja a uno de los siervos del sumo sacerdote que participaba en el arresto de Jesús en el huerto y le mereció una fuerte reprimenda del Señor. (Juan 18:10; Mateo 26:51,52)

SEGUNDO, no ansiamos una posición de preeminencia, como los ansiaba Diótrefes (3Juan 9). Mas bien, debemos desear en toda las cosas que sea Jesucristo quien tenga la preeminencia (Colosenses 1:18)

TERCERO, no buscamos se nos reconozcan meritos, o se nos tenga por voz autorizada, como lo buscaban Janes y Jambres (2Timoteo 3:8). Estos magos de Egipto resistieron la autoridad de Dios, al resistir a Moisés y se opusieron a él inmediatamente antes de iniciar el éxodo.

 “No tenga más alto concepto de si que el que debe tener, sino que piense de si con cordura… Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”.
Romanos 12: 3,10.

La entronización de Jesucristo en nuestras vidas posibilita que la mansedumbre entre a formar parte de nuestras virtudes. La mansedumbre puede ser el signo más tangible de grandeza que podamos tener. Tal vez ninguno de nosotros sea respetado como voces autorizadas; tal vez nunca ganemos el aplauso del mundo; tal vez nunca gobernaremos ni lleguemos a empuñar el bastón de mando.
Pero un día los mansos heredarán la tierra pues nadie podrá arrebatarnos nuestra legítima parte del delicioso legado que Dios nos otorga.

El fruto del Espíritu: templanza.
La templanza (“dominio propio” en la Versión Popular, Dios Llega al Hombre) es el tercer fruto de este grupo.
Proviene de un vocablo griego que significa tener fuerza, dominio propio y capacidad para controlar los pensamientos y para controlar las acciones.

Esta mal todo aquello que acreciente la autoridad del cuerpo sobre la mente. La incapacidad control y moderación ha provocado la caída de reyes y grandes magnate.
Hay hombres que pueden conducir ejércitos, pero no logran comandarse a sí mismos. Hay hombres que pueden influir en el ánimo de grandes multitudes pero no pueden guardar silencio ante la provocación u ofensa de cualquiera.

No está en el mundo y en sus exigencias, sino que está en nosotros, salir triunfadores o derrotados.

Antes como hoy en día hemos visto de que manera los excesos de apetitos incontrolados y el desenfreno carnal producen gran daño a nuestro corazón.
El pecado de la intemperancia o la carencia de autocontrol surge por dos causas:
PRIMERA -   el apetito físico.
SEGUNDA -  el hábito mental.

La mayoría al pensar en la falta de autocontrol piensa en el alcohol, que sin duda causa mucho daño, pero de igual manera lo causan la glotonería, ignorar la falta de bondad, la chismografía, el orgullo y la envidia.

En todas estas áreas se acusa intemperancia. Las Sagradas Escrituras dicen:
“Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero lo que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.
Romanos 8:5.
La templanza, el autocontrol, como fruto del Espíritu, es el ejercicio normal de la vida del cristiano.
Templanza significa comer en forma moderada. La templanza respecto al alcohol es la sobriedad. Templanza en los aspectos sexuales es la abstinencia para los que no están casados. Y aun para los que están casados hay ocasiones de practicar la templanza, cuando se abstiene de mutuo consentimiento para entregarse más plenamente al estudio de la Palabra de Dios, a la oración y a las buenas obras. Ver 1Corintios 7:5.

La templanza respecto de nuestro humor o carácter, es el autocontrol.
La templanza al vestir, es una apropiada modestia.
La templanza en la derrota, es esperanza.
La templanza en relación a los placeres pecaminosos, es total abstinencia.

Salomón escribió:
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma la ciudad”.
Proverbios 16:32.
La versión castellana “La Biblia al Día” parafrasea la última parte de este versículo así:
“Mejor es dominarse a sí mismo que mandar un ejército”.
El escritor de Proverbios dijo también:
“Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda”.
Proverbios 25:28.

Pablo señaló la importancia del autocontrol. Todo atleta que pretende ganar una carrera debe entrenarse hasta alcanzar un nivel optimo y el total dominio de su cuerpo. Hizo hincapié en que el ganador recibiría no una corona corruptible sino una corona incorruptible:
“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que… golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.
1Corintios 9:25-27.

En la misma lista que hace Pedro de las virtudes cristianas, dice:
“Añadid al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia”.
2Pedro 1:5-6.

Estas cosas van juntas. Imposible dudar que cuando permitimos que nos gobiernen las pasiones, el resultado final es peor de lo que podemos imaginar durante el momento en que nos damos al placer.

¿Quién puede decir donde se detiene la templanza y empieza la destemplanza?
Algunos cristianos tienen una conciencia muy elástica cuando se trata de juzgar las propias flaquezas, pero una conciencia rigida cuando se trata de juzgar a los demás. Tal vez por eso les resulta fácil a algunos cristianos condenar a todo aquel que ocasionalmente prueba un trago de vino, pero jamás se condenan a si mismos por el pecado de su habitual glotonería. La glotonería es uno de los pecados más aceptados y practicados por los modernos cristianos occidentales. Resulta fácil condenar el adulterio pero ¿Cómo pueden condenarlo quienes son culpables de otras formas de destemplanza?
¿No deberíamos nosotros tener manos limpias y corazones puros en toda área de nuestras vidas?
¿Es acoso peor, en principio, una forma de esclavitud que otra?
¿No estamos igualmente atados si los eslabones de las cadenas que nos sujetan están hechos de soga o de acero?

El apetito que controla a una persona puede diferir del apetito que controla a otra. Pero si una persona ansia desmedidamente las posesiones, ¿es tan diferente de otra que enloquece por el sexo, el juego, el oro, la comida, el alcohol o las drogas?
La necesidad de templanza en todos los aspectos de la vida jamás fue mayor que en el día de hoy. Resulta imperativo, desde todo punto de vista, que los cristianos den ejemplo, en una época como la que vivimos, de violencia, de egoísmos, de apatía y de un vivir indisciplinado que amenaza con destruir el planeta. El mundo necesita este ejemplo, algo firme al cual poder aferrarse, un ancla en medio de un embravecido mar.
A lo largo de muchos siglos los cristianos han proclamado que Jesucristo es el ancla. Si nosotros, que tenemos el Espíritu Santo obrando en nuestro interior, vacilamos y fracasamos, ¿Qué esperanza hay para el resto del mundo?

Espacio para el crecimiento del fruto.
Hemos considerado, pues, estas nueve maravillosas facetas que componen el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Es una constante oración que estas virtudes caractericen nuestras vidas.
El Espíritu Santo habita en el corazón de todo cristiano, y tiene el propósito de producir en nosotros el fruto del Espíritu. No dejamos de disfrutar del Espíritu por vivir en un mar de corrupción, dejamos de disfrutar cuando la corrupción está en nosotros.

Tenemos que eliminar las obras de la carne, que impiden la efectividad de nuestra vida espiritual. Solo rindiéndole nuestras vidas al control del Espíritu Santo, logramos el poder para que funcionemos mejor. Es la palabra de Dios como un reflector que nos ayuda a iluminar cada una de las áreas de nuestra vida y detectar las cosas que deben ser removidas, para poder crecer espiritualmente y tener fertilidad.

Cuando permitimos que nuestra vieja personalidad sea crucificada con Cristo, podemos levantarnos para desplegar el maravilloso fruto, característico de la vida de Jesucristo.
Y solamente el Espíritu Santo puede hacer que vivamos según los dictados de Cristo que vive en nosotros. El tipo de personas que Dios quiere que seamos, nunca lo podremos ser por nuestro propio esfuerzo, pero cuando el Espíritu Santo nos llena, rinde su fruto en las personas que manifiestan un creciente parecido con Cristo, prototipo de lo que algún día llegaremos a ser.



7)        LA NECESIDAD DE LA HORA.
Somos muy dados a olvidarnos de Dios cuando nuestra economía mejora. Apenas si aparece una buena oportunidad, lo dejamos relegado a un segundo plano. Basta solo el primer tropiezo para que volvamos a Él a pedir ayuda. Pero es obvio que a Dios no le sirve este tipo de compromiso. Nuestro Padre celestial se merece nuestro compromiso en las buenas y en las malas.

La necesidad de un avivamiento espiritual.
Una vez más el mundo necesita desesperadamente un despertamiento espiritual. Es la Única esperanza que resta para la supervivencia de la raza humana.
En medio de los tremendos problemas que se le plantea a nuestro mundo, los cristianos permanecemos extrañamente silencioso y nos mostramos impotentes, casi abrumados ante la marejada del secularismo. (Desapego y desinterés religioso)

Y sin embargo, los cristianos hemos sido llamados para ser “la sal de la tierra” (Mateo 5:13), para salvar de mayor corrupción a un mundo en decadencia. Los cristianos también debemos ser “la luz del mundo” (Mateo 5:14), iluminando la oscuridad provocada por el pecado y marcando el rumbo de un mundo que ha perdido su camino. Somos llamados a ser “hijos de Dios, sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).
¿Por qué no somos “sal y luz” como debiéramos ser?
¿Por qué no hacemos más para llevar el reino de Dios a los corazones y a las vidas de toda la humanidad?
Por cierto podemos citar muchísimos casos de cristianos que han sido tocados por Dios y a su vez, tocan las vidas de otros para Cristo.
Pero por cada uno de esos casos, hay muchísimos casos, hay muchos cristianos que viven vidas derrotadas y abatidas. Tales personas no sienten la victoria sobre el pecado ni testifican con eficacia. Poco es el impacto evangelístico que ejercen sobre quienes los rodean.
Por lo tanto si la mayor necesidad de nuestro mundo es de que sientan los efectos de un despertar espiritual, la mayor necesidad en el seno de la iglesia cristiana en todo el mundo en el día de hoy, es el de experimentar el toque del Espíritu Santo, trayendo “avivamiento” o “renovación” a las vidas de innumerables cristianos.

Muchísimos siglos atrás Dios le hizo ver al profeta Ezequiel una notable visión, en la cual vio a la nación de Israel, desperdigada entre las naciones. Los huesos de Israel, según la visión, eran muchos y estaban secos. Pareciera haberse esfumado toda esperanza de un futuro. Según las palabras del profeta, Israel bien podría estar enterrada en lo que al mundo secular se refería. Sin embargo, el profeta quedó atonito cuando Dios le formuló la siguiente pregunta: “¿Vivirán estos huesos?” (Ezequiel 37:3).
A esto respondió el profeta:
“Tú lo sabes”. A continuación el Señor le ordenó que hablara la palabra de Dios y los huesos se irguieron, una multitud de hombres revestidos de carne, surgió. Pero permanecían en un estado de rara impotencia. Les faltaba aliento y se transformaron en un imponente ejército.

Nuevamente hoy, como entonces, una noche oscura se tiende sobre la historia del pueblo de Dios. A pesar de algunos signos estimulantes, las fuerzas del mal parecieran juntarse para un colosal asalto contra la obra de Dios en el mundo. Satanás ha desatado su poder de una manera tal vez sin paralelo en la historia de la iglesia cristiana. Si alguna vez tuvimos necesidad de renovación, esa vez es ahora.

Solo Dios puede desbaratar los planes de Satanás y de sus legiones, porque solamente Dios es todopoderoso. Solamente el Espíritu Santo puede provocar un verdadero cambio de rumbo en la humanidad. En las horas más tenebrosas todavía puede Dios reavivar a su pueblo y por el Espíritu Santo, alentar nuevo vigor y poder en el cuerpo de Cristo.

Nuestro mundo tiene que se alcanzado por cristianos que estén llenos del Espíritu Santo y cuenten con el poder del Espíritu Santo.
¿Así somos?
¿O tenemos necesidad de ser nuevamente tocados por el Espíritu Santo?
¿Necesitamos que el Espíritu Santo provoque una genuina renovación espiritual en nuestras vidas?
De ser así, debemos saber que el Espíritu Santo quiere producir en nosotros, ahora mismo, dicha renovación.

El momento es ahora.
Ahora es el momento para la renovación espiritual. No debemos demorarnos. El doctor Samuel Johnson usaba un reloj sobre el cual había hecho grabar las palabras de Juan 9:4, “La noche viene”.

Los cristianos deberíamos tener grabada en nuestros corazones la solemne verdad de cuán breve es nuestra oportunidad de testificar para Cristo y vivir por Él.
Ninguno de nosotros sabe cuánto nos queda de vida en esta tierra. La muerte puede cortar nuestras vidas repentinamente. Cristo podría venir de nuevo en cualquier momento.
Leímos cierta vez de un reloj de sol que tenia grabado el  siguiente mensaje: “es mas tarde de lo que piensas”. Los viajeros solían detenerse a leer y meditar sobre el significado de esa oración.

Nosotros los cristianos tenemos un reloj de sol que es la Palabra de Dios. Desde Génesis hasta el Apocalipsis hace una seria advertencia:
“Es más tarde de lo que piensas”.
Escribiendo a los cristianos de su día Pablo dijo:
“Es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche esta avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz”.
Romanos 13:11-12.

No esperemos a que sea tarde en verdad. Nos preguntamos cuantos de nosotros no miraremos hacia atrás a una vida entera de perdidas oportunidades e ineficaz testimonio y lloraremos porque no le permitimos a Dios utilizarnos como Él quiso.
“La noche viene cuando nadie puede trabajar”.
Juan 9:4.

Si alguna vez hemos de estudiar las Sagradas Escrituras, si alguna vez hemos de dedicar tiempo a la oración, si alguna vez hemos de ganar almas para Cristo, si alguna vez hemos de invertir nuestros recursos financieros en el reino, esa alguna vez tiene que ser ahora.

“Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”
2Pedro 3:11-14.

Los efectos de un despertamiento.
¿Qué ocurriría si en el día de hoy hubiera de producirse un avivamiento en nuestras vidas y en nuestras iglesias? Pensamos que hay por lo menos ocho características de tal derramamiento del Espíritu Santo.

1-  Habría una nueva visión de la majestad de Dios.
Debemos entender que el Señor no es solamente tierno, misericordioso y lleno de compasión, sino que también el Dios de justicia, de santidad y de ira. Muchos cristianos tienen una caricatura de Dios. No ven a Dios en toda su santidad.
Muy fácil citamos Juan 3:16, pero nos olvidamos de citar dos versículos más adelante,
“…; pero el que no cree, ya ha sido condenado”.
Juan 3:18.
La compasión no es completa en si misma, sino que debe acompañarse de una inflexible justicia e ira en contra del pecado y un vehemente anhelo de santidad. Lo que más preocupa a Dios no es tanto el sufrimiento físico sino el pecado. Con demasiada frecuencia tememos más al dolor físico que al mal moral. La cruz es señal inequívoca del hecho de que la santidad es un principio por el cual Dios daría la vida. Dios no puede justificar al culpable a menos de haber expiación. Misericordia es lo que necesitamos y eso es lo que recibimos al pie de la cruz.


2-   Habrá una nueva visión de la pecaminosidad del pecado.
Isaías vio una visión del Señor sentado sobre un trono alto y sublime, con sus faldas que llenaban el templo y vio a los serafines que se inclinaban reverentes mientras exclamaban:
“Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de tu gloria”.
Isaías 6:3.
Fue entonces que Isaías tuvo la clara conciencia de su indignidad o desmerecimiento y su total dependencia de Dios. Cuando Simón Pedro, en el mar de Galilea, se dio cuenta que era el propio Señor que estaba con ellos en el bote, dijo:
“Apártate de mi, Señor, porque soy hombre pecador”
Lucas 5:8.
El saber que Jesús era Dios mismo, hizo ver a Pedro su propia pecaminosidad, su pecaminosa humanidad. En la presencia de Dios, dijo Job:
“Me aborrezco”
Job 42:6.

Santiago nos dice que cuando un hombre es tentado, sus propias pasiones lo arrebatan y sirven de carnada (Santiago 1:14,15)
Y sea cual fuere su concupiscencia, concibe y llega a ser el padre del pecado y el pecado, cuando alcanza su plenitud, da a luz la muerte. Tenemos que ver al pecado como realmente es. La más grande visión del pecado que nos es dable contemplar es cuando miramos a la cruz. Si Jesucristo tuvo que morir debido al pecado, quiere decir entonces que el pecado es algo tenebroso y horrible a los ojos de Dios.

3-   Habrá un marcado énfasis sobre la necesidad del arrepentimiento, de la fe y del nuevo nacimiento. Jesús vino predicando el arrepentimiento y afirmando que a menos que el hombre nazca de nuevo, de lo alto, no podrá ver el reino de Dios. Dijo que los pecadores aman la oscuridad y no quieren la luz, por temor a que sus hechos queden expuestos a los ojos de todos y sean condenados.
Las personas cuyos corazones han sido cambiados, son nuevas criaturas. Acuden a la luz porque prefieren la verdad y aman a Dios. Si alguno está en Jesucristo, es una nueva criatura, pues las cosa viejas pasaron y todas son hechas nuevas.

4-   Se hará evidente el gozo de la salvación.
La oración elevada en el Salmo fue por un reavivamiento:
“Para que tu pueblo de regocije en ti”.
Salmo 85:6.
David aspiraba y anhelaba restaurar el gozo de la salvación. El expreso propósito de Jesús para sus discípulos era de que “vuestro gozo sea cumplido”.
Juan 15:11.
Cuando Felipe fue a Samaria y encabezó el gran despertar espiritual, dice la Escritura que:
“había gran gozo en aquella ciudad”
Hechos 8:8.
Además Jesús nos dice que habrá gozo en el cielo, gozo en la presencia de los ángeles de Dios, porque un pecador se arrepiente.
Lucas 15:7.
De modo que una verdadera revitalización de la iglesia resultaría en la salvación de decenas de miles de pecadores y esto a su vez traería aparejado gozo en el cielo y también aquí en la tierra.
Si no hubiese cielo ni infierno, aun yo querría ser cristiano debido a lo que hace por nuestros hogares y por nuestras familias en esta vida.

5-   Habrá una nueva comprensión de nuestra responsabilidad por la evangelización del mundo.
Juan el Bautista señaló a sus oyentes el “Cordero de Dios” y dos de sus discípulos siguieron a Jesús de ahí en adelante (Juan 1:36, 37). Andrés primero halló a su hermano Pedro y le dijo que había encontrado al Cristo. Cuando Felipe empezó a seguir a Jesús le habló a Natanael Juan 1: 40-45).Los apóstoles tenían que ser testigos en cualquier parte y en todas partes, hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).

Y cuando la persecución dispersó a la iglesia que estaba en Jerusalén, fuero predicando por todas partes predicando a Cristo y al glorioso evangelio (Hechos 8:4.
Una de las primeras y mejores evidencias de ser verdaderos creyentes, es la preocupación que sentimos por los demás.

6-   Habrá una honda preocupación social.
En Mateo 22:27-39 leemos que dijo Jesús:
“Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente….”Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. Nuestra fe no es solo vertical sino también horizontal. Nos interesamos vivamente por los sufrimientos de quienes nos rodean y también por los que están lejos de nosotros. Pero dejemos bien en claro que para un mundo que quiere salvarse de las concupiscencias de sus propios pecados y locuras un cristiano despertado y reavivado puede tener un solo mensaje:
“Arrepentimiento”. Muchísima gente hoy en día quiere tener un mundo fraterno en el cual puedan vivir sin compromisos fraternales; un mundo decente en el cual puedan vivir indecentemente. Infinidad de personas aspiran a una seguridad económica sin seguridad espiritual. La revitalización a la que aspiramos debe ajustarse obligadamente a los preceptos bíblicos. Si la revitalización ha de ser cristiana, tiene que girar alrededor de la Biblia. De ser así, sus dirigentes deben tener el coraje de Amós para condenar a quienes compran
“los pobres por dinero y los necesitados por un par de zapatos”
Amos 8:6.
Tenemos que levantar bien en alto las enseñanzas morales, éticas y sociales de Jesús, aceptando que Él ofrece las únicas normas validas para templar el carácter personal y nacional. El Sermón del Monte es para hoy y para todos los días. No podemos construir una nueva civilización sobre los caóticos cimientos del odio y de la amargura.

7-   Habrá incrementadas evidencias tanto de dones como del fruto del Espíritu Santo.
La renovación la efectúa el Espíritu Santo y cuando llegue en todo su poder y se pose sobre la iglesia, habrá clara evidencia de los dones y frutos del Espíritu. Los creyentes aprenderán entonces qué significa ministrarse unos a otros y edificarse mutuamente por medio de los dones que otorga el Espíritu Santo. Recibirán una nueva medida de amor mutuo y de amor por un mundo perdido y moribundo. Nadie podrá decir que la iglesia es impotente y que guarda silencio. Nuestras vidas dejarán de ser ordinarias, vidas que no se diferencian de las del resto del mundo. Nuestras vidas estarán signadas por los dones que solamente puede brindar el Espíritu Santo. Nuestras vidas estarán marcadas por el fruto que solamente Él puede ofrecer.

8-   Habrá una renovada subordinación al Espíritu Santo.
Se vislumbran indicios y evidencias de que esto ya ocurre en muchas partes del mundo. No hay revitalización espiritual sin el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el que censura, convence de culpa, porfía, instruye, invita, vivifica, regenera, renueva, fortalece y utiliza. No debe ser contristado, resistido, tentado, sofocado, insultado o blasfemado. Da libertad a los cristianos, directivas a los obreros, discernimiento a los maestros, poder a la Palabra y fruto al servicio fiel. Revela las cosas de Cristo. Nos enseña a emplear la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Nos guía en toda verdad. Nos dirige por el camino de la piedad. Nos enseña cómo debemos responder a los enemigos de nuestro Señor. También nos permite acceso al Padre. Nos ayuda en nuestra vida de oración.

Hay ciertas cosas que el dinero no puede comprar; que ninguna música puede brindar; que ninguna posición social puede otorgar; que ninguna influencia personal puede asegurar y que ninguna elocuencia puede imponer. Ningún ministro de Dios, por más brillante, y ningún evangelista, no importa cuanta se su elocuencia o su poder de convencimiento, puede producir el avivamiento que necesitamos.
Solamente el Espíritu Santo lo puede hacer. Dijo Zacarías:
“No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.
Zacarías 4:6.

Pasos a dar para el despertamiento.
Si el avivamiento espiritual es la gran necesidad para muchos cristianos hoy en día, cabe preguntarse cómo se produce.
¿Cuáles son los pasos a dar para lograr un avivamiento en nuestras vidas y en las vidas de otros?
La Biblia a nuestro entender, señala tres pasos a dar:

EL PRIMER PASO ES ADMITIR NUESTRA POBREZA ESPIRITUAL.
Con mucha frecuencia somos los cristianos laodicenses, ciegos a sus propias necesidades espirituales.
“Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”
Apocalipsis 3:17.

¿Hay pecados en nuestras vidas que obstaculizan e impiden la obra del Espíritu Santo a través de nosotros? No debemos apresurarnos a contestar que “no”. Debemos examinarnos a la luz de la Palabra de Dios y orar pidiéndole al Señor que el Espíritu Santo nos revele cada uno de los pecados que nos estorban. Puede ser que algunas de las cosas que hacemos están mal, tal como una costumbre, una relación, un motivo o un pensamiento maligno. O pudiera ser algo que estamos descuidando, una responsabilidad que desatendemos o eludimos, un acto de amor que no cumplimos. Cualquiera cosa que fuese, debemos enfrentarla honesta y humildemente ante Dios.

EL SEGUNDO PASO EN LA RENOVACION ESPIRITUAL ES LA CONFESION Y EL ARREPENTIMIENTO.
Podemos saber que hemos pecado y no obstante ello no hacer nada al respecto. Pero necesitamos poner ante Dios nuestro pecado en confesión y arrepentimiento. Pero necesitamos poner ante Dios nuestro pecado en confesión y arrepentimiento, no solamente reconocer nuestro  pecado sino dejar de pecar y volvernos a Él en obediencia. Una de las grandes promesas de la Biblia la tenemos en 1Juan 1:9:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”.

El profeta Isaías dijo:
“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová”
Isaías 55:6-7.
No es un accidente que algunos de los mayores avivamientos en la historia comenzaron con oraciones. Una reunión de oración al abrigo  de un almiar de heno durante un aguacero en el año 1806 llevó al primero de los esfuerzos misioneros a gran escala en los Estados Unidos de América. En el año 1830 alrededor de 30.000 personas se convirtieron en Rochester, Nueva York, bajo el ministerio de Charles Finney; posteriormente Finney dijo que debía atribuirse es éxito a la fiel oración de un hombre que nunca asistió a las reuniones pero que se entregó a la oración. En el año 1872 el evangelista norteamericano Dwinght L. Moody inició una campaña en Londres, Inglaterra, que Dios Utilizó para tocar incontables vidas. Con posterioridad Moody descubrió que una muchacha, confinada en el lecho de enferma, había estado orando. La lista de ejemplos podría seguir y seguir y nunca acabar.
¿Estamos orando pidiendo un avivamiento, tanto en nuestras vidas como en las vidas de otros?
¿Confesamos nuestros pecados a Dios y buscamos su bendición en nuestra existencia?

EL TERCER PASO ES UNA RENOVADA ENTREGA DE PARTE NUESTRA PARA BUSCAR Y HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.
Podemos tomar conciencia de nuestros pecados, hasta podemos orar y confesarlos y podemos arrepentirnos, pero la verdadera prueba es nuestra disposición a obedecer. No es un hecho accidental que los auténticos y verdaderos avivamientos se acompañan siempre de un hambre por justicia o rectitud. Una vida tocada por el Espíritu Santo no tolera el pecado.
¿Qué es lo que impide hoy en nuestras vidas un avivamiento espiritual?
En última instancia, por supuesto, es el pecado. A veces duele agudamente enfrentar la verdad sobre nuestra falta de celo espiritual y dedicación. Pero Dios quiere tocarnos y hacernos útiles siervos suyos.
“Despojémonos de todo el peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”
Hebreos 12:1-2

James A. Stewart ha observado:
“La iglesia que necesita un avivamiento es una iglesia que esta viviendo por debajo de las normas establecidas por el Nuevo Testamento… Es un hecho trágico que la inmensa mayoría de los cristianos de hoy en día viven una vida cristiana subnormal… la iglesia nunca llegará a ser normal si no es por un avivamiento

¿Estamos viviendo vidas cristianas “subnormales”, vidas ineficaces, tibias y carentes de amor a Cristo y a los demás?
De ser asi permitamos que Dios el Espíritu Santo nos acerque a Dios en humildad, confesando nuestros pecados y buscando su rostro. Dejemos que Él nos toque al entregarnos a Él. La mayor necesidad del mundo en el día de hoy, sin duda alguna, es contar con cristianos totalmente entregados.
Más de cien años atrás dos jóvenes conversaban en Irlanda. Uno de ellos dijo: “El mundo todavía no ha visto qué es lo que haría Dios con un hombre plenamente consagrado a Él”.
El otro hombre meditó en esas palabras durante varias semanas. El pensamiento hizo tal presa en él, que un día exclamó:
“Por el Espíritu Santo, yo seré ese hombre”.
Los historiadores afirman que aquel hombre alcanzó dos continentes para Cristo. Su nombre era Dwight L. Moody.

Y eso puede repetirse, se abrimos nuestras vidas al renovador poder del Espíritu Santo. Nadie puede buscar sinceramente la purificación  y bendición del Espíritu Santo y permanecer igual.
Ninguna nación puede experimentar un avivamiento en su medio y permanecer igual.
Como lo hemos visto en este libro, Pentecostés fue el día del poder del Espíritu Santo. Fue el día en que nació la iglesia cristiana. No esperamos que se repita la experiencia de Pentecostés, como tampoco esperamos que Cristo haya de morir nuevamente en la cruz. Pero si esperamos bendiciones pentecostales cuando nos ajustamos a las condiciones impuestas por Dios, especialmente cuando nos acercamos a “los últimos días”. Como cristianos nos corresponde preparar el camino. Hemos de estar apercibidos para que el Espíritu nos llene y nos utilice.