El Espíritu Santo Lección Uno

La mayoría de los problemas a la hora de creer en el Espíritu Santo y de entenderlo, es que no somos capaces de darle su verdadera identidad. Se nos hace difícil apreciar su personalidad y divinidad.

Muchos grupos o sectas como algunos “cristianos” niegan la personalidad del Espíritu Santo.
Lo ven como una “extraña fuerza” o como el “poder de Dios personificado”. Niegan que la voluntad, el intelecto y las emociones puedan atribuirse propiamente al Espíritu Santo. Dicha negación conlleva una negación abierta a las afirmaciones claras de las Escrituras que demuestran que el Espíritu:

SABE: “…pues que hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”
Romanos 8:26b.
SIENTE: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios…”
Efesios 4:30ª.
SELECCIONA: “…dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”
Hechos 13:2b.
El Espíritu Santo posee intelecto, sensibilidad y voluntad y todo esto lo hace un Ser personal y no una “fuerza impersonal”.
Además posee estas cualidades en perfección, porque Él, al igual que Dios Padre y Dios Hijo, es Dios.
El Pentecostés marco un principio, el inicio de una nueva faceta en el plan de Dios prometida por el Señor Jesucristo y profetizada en el Antiguo Testamento. Aquí se inició la iglesia, el cuerpo de Cristo compuesto de judíos y gentiles unidos a Jesús y el uno al otro por medio del ministerio y la obra del bautismo del Espíritu Santo. Por cierto, había pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y el Espíritu Santo ministraba a los creyentes de esa edad bíblica. No obstante, Dios inicio algo nuevo aquel día. La nueva realidad de aquel día requirió la revelación de un misterio a Pablo (Efesios 3) y de una visión repetida al apóstol Pedro (Hechos 10). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés se conforma a la realidad del Nuevo Pacto (iniciado por la muerte de Jesús) y sus privilegios y obligaciones correspondientes. El Espíritu Santo estuvo con los discípulos y los creyentes del Antiguo Testamento (Juan 14:16-18: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, no le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora en vosotros. No os dejare huérfanos; vendré a vosotros”.).
Así mismo los apóstoles recibieron una capacitación especial de Jesús (repartición especial del Espíritu Santo, antes del Pentecostés a fin de capacitarlos para ministrar los días anteriores al mismo: “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quien remitiréis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:21-23).).
Pero el día de Pentecostés aun estaba en el futuro e introduciría una era de acceso a, intimidad con y capacitación de Dios, que sobrepasaría (y sobrepasa) la experiencia del Espíritu Santo del Antiguo Testamento.
Las escrituras afirman la deidad o divinidad del Espíritu Santo sin equivocación. Las acciones, las relaciones y las descripciones del Espíritu en las Escrituras atestiguan no solo su personalidad sino también el hecho de que Él es Dios.
En Mateo 28, por ejemplo, vemos que Él está al mismo nivel del Padre y del Hijo.
“…Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (28:19b).
El “nombre” en singular indica la igualdad de autoridad, poder y carácter en las tres Personas del único Dios.
El apóstol Pablo demuestra la omnipotencia del Espíritu, en su conocimiento de los pensamientos de Dios: “…Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”, 1Corintios 2:11b.
Además, David atestigua la omnipresencia del Espíritu Santo con estas palabras: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7).
El Espíritu Santo posee lo que solo Dios posee: omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, así queda demostrada su deidad. La deidad y personalidad acompañante del Espíritu Santo afirman su identidad como Dios igual al Padre y el Hijo y a la vez afirman su personalidad individual.
·        La personalidad del Espíritu Santo y su deidad establecen varias realidades de y para la vida cristiana.
·        El Espíritu puede relacionarse con todos los creyentes en todos los lugares.
·        El creyente se relaciona con Dios en una manera íntima e individual.
·        Las personas no deben hablar del Espíritu Santo en forma liviana o como si fuera alguna fuerza que ellos pudieran manipular.
·        El Espíritu Santo facilita que sintamos las emociones pero Él mismo no es una emoción que debemos tratar de buscar o que sirve de indicación infalible de que Él está con nosotros.
·        La iglesia debe respetar al Espíritu Santo como Dios personal con todo lo que esto conlleva.

La falta de reconocimiento de la deidad y personalidad del Espíritu Santo trae problemas doctrinales en las sectas y facciones herejes. Sin embargo, esto también trae problemas en la práctica de iglesias que tienen doctrina sana.
Cuando a los creyentes se les olvida la personalidad, la santidad, soberanía y poder del Espíritu Santo, caen en errores en la adoración y en la esencia de la vida cristiana.